domingo, 26 de marzo de 2017

LA COFRADÍA DE JESÚS NAZARENO EN EL SIGLO XVII. APORTACIONES PARA SU HISTORIA.*

 A Jaime Luque, nazareno fiel y cofrade ejemplar.

El mes de marzo del año pasado vio la luz el libro de Actas del V Congreso Nacional de Cofradías bajo la advocación de Jesús Nazareno, que tuvo lugar en la vecina población de Puente Genil en febrero de 2014. El volumen ha sido editado por la Diputación Provincial de Córdoba bajo la dirección académica del Dr. Fermín Labarga García y la coordinación de D. Alejandro Reina Carmona.

El congreso fue organizado por la cofradía nazarena pontana bajo el epígrafe: «Camino del Calvario: rito, ceremonial y devoción. Cofradías de Jesús Nazareno y figuras bíblicas». Durante la sesión académica fueron presentadas ocho ponencias y una veintena de comunicaciones. Entre ellas se encuentra la enviada por quien escribe estas líneas, cuyo título es: La cofradía y hermandades de Jesús Nazareno de Montilla a través de sus constituciones y reglas. Siglos XVI – XVIII. De ella, hemos espigado algunos fragmentos referentes a la evolución que experimentó la cofradía a lo largo del siglo XVII; no sin antes ocuparnos de sus orígenes, a modo de introducción.

La popular calle Ancha (c.1913) coronada por la iglesia y convento de San Agustín, donde se erige la cofradía de los nazarenos en 1590, y se levanta la suntuosa capilla de Jesús, entre 1677 y 1689.













Las raíces de la «cofradía y hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla» se hunden en una fecha imprecisa del año 1590, como atestigua la documentación de la época. Durante su primera década de vida la cofradía de los nazarenos se organiza, adquiere sus primeras insignias y enseres, y acuerda con los frailes ermitaños de San Agustín su lugar de culto, derechos y deberes con la comunidad, para después ordenar sus primeras constituciones y reglas, que son aprobadas el día 5 de junio de 1598 y rubricadas por el provisor y vicario general Andrés de Rueda Rico(1).

La cofradía nazarena tiene una gran acogida entre los montillanos. Es la primera corporación pasionista cuya penitencia no es la flagelación sino imitar a su titular y, a su semejanza, portar una cruz a cuestas durante la estación de penitencia que hacen la mañana del Viernes Santo al templo mayor, la Parroquial de Santiago. Además, la hermandad incorpora una gran novedad en la piedad popular, pues también será la primera que posea por titular una efigie de Cristo vivo –lo que causa gran devoción entre los penitentes–, ya que hasta entonces sólo se habían venerado públicamente imágenes de Cristo crucificado (Vera Cruz) y yacente (Santo Sepulcro).

Es tal la pujanza que la cofradía adquiere en sus primeras décadas de vida que decide solicitar a la Santa Sede la confirmación pontificia de sus Constituciones y Reglas, gestión que, según el historiador Lucas Jurado de Aguilar, fue concedida el 25 de octubre de 1621 mediante Bulla papal expedida por Gregorio XV “en que les concede diferentes indulgencias y gracias, y en ella se previene que los hermanos que hubiesen de entrar en esta Cofradía hayan de hacer información de limpieza como se observó muchos años”(2).

Durante la segunda mitad del siglo XVII la cofradía se reordena jurídicamente en hermandades. Este proceso no es exclusivo, ya que también lo hacen el resto de corporaciones locales. A través del mismo, un grupo de hermanos nazarenos se obligan a desempeñar una función específica dentro del cortejo procesional del Viernes Santo, asumiendo la organización y gastos que conlleve. Así, el hermano mayor de la cofradía acepta en nombre de los oficiales tal compromiso, que se registra ante escribano público, donde se detallan los derechos y deberes adquiridos por la hermandad (hoy se llamaría  reglamento de régimen interno), que viene a cumplimentar las Reglas de la Cofradía, que quedan como Estatuto Marco.

El día 29 de marzo de 1668 el hermano mayor, Antonio Ruiz Lorenzo, acepta por escritura notarial una hermandad compuesta por setenta y ocho cofrades nazarenos, que otorgaron “y dijeron que por cuanto la dicha Cofradía en la procesión que hace viernes santo por la mañana a donde sale la imagen de Jesús Nazareno en este paso quieren salir por vía de hermandad todos los días y años de su vida y después sus descendientes y dar en cada un año sesenta hachas para que vayan alumbrando la santísima imagen solo por razón de llevarlo en sus hombros y el palio que saca”(3).

Jesús Nazareno, a su paso por el Coto, en 1934. En aquellos años
difíciles fue hermano mayor don Enrique Luque Sarramayor.
Asimismo, se obligaban por ellos y sus descendientes “para siempre jamás de sacar en sus hombros la dicha imagen de Jesús Nazareno y llevar las varas de el palio y dar sesenta hachas de cera para vayan alumbrando el Santo Cristo y toda la gente que fue necesario para ello con sus túnicas todo en cada año”, y recogían en cinco capítulos la organización y puestos en la procesión: “se han de hacer cinco cuadrillas, nombrando en cada una su cabo y señalando los puestos que ha de llevar cada una para lo cual se a de echar suertes todos los años”. Los derechos post mortem recibidos para sí y sus herederos: “si alguno de los hermanos de esta Hermandad muriere los hijos de los otorgantes o los que sucedieren en su lugar de cada uno han de tener precisa obligación de dar cada un o dos reales para que se le diga de misas por el ánima de el tal hermano difunto en esta dicha capilla y por los religiosos de el dicho convento”. Y los deberes y sanciones: “cualquiera de los hermanos de esta hermandad que faltare en la procesión de Jesús ha de pagar media libra de cera para esta hermandad como no tenga causa legítima para ello y este sin perjuicio que han de pagar prorrata de cera que le tocare de la que hubiere quemado las dichas sesenta hachas”.

Aparte de sus compromisos en la procesión del Viernes Santo con el paso de Jesús Nazareno, también se obligaron a organizar y financiar “todos los años perpetuamente para siempre jamás el día de la Ascensión de nuestro señor Jesucristo han de celebrar una fiesta en este dicho convento en la dicha capilla de Jesús por los religiosos del dicho convento y por ello se les ha de dar la limosna que se ajustare”(4). Por último, dicha escritura fue enviada a la Autoridad diocesana para su definitiva aprobación.

Más adelante, el 19 de septiembre de 1683, «los hermanos de cera» de esta hermandad reformaron el capítulo segundo de sus constituciones ante el hermano mayor de la cofradía, Pedro José Guerrero, “ahora reconociendo la estrechez de los tiempos y pobreza de los dichos hermanos”. El citado apartado trataba de la cuota que los mismos debían de aportar para sufragar las misas de los hermanos difuntos, y “que por uno y otro de algunos años a esta parte a encarecido el cumplimiento”, por ello “el reformar dicha condición como por esta escritura”(5). Así, acordaron junto con el mayordomo de la hermandad, Juan de Carmona Rubio, relajar dicho cumplimiento y con las limosnas que se recogieran celebrar cuantas misas alcanzase el peculio obtenido en fechas cercanas a la festividad de Todos los Santos.

Aunque la efigie titular de la cofradía era Jesús con la Cruz a cuestas, también gozaba de gran veneración la cotitular, llamada “Nuestra Señora Madre de Jesús”, que había sido renovada por la cofradía en 1623, cuya hechura encargaron al artista Pedro Freila de Guevara, que la ejecutó en su taller de Córdoba(6).

Al igual que los hermanos devotos del Nazareno, sus análogos de la Virgen Dolorosa se organizaron en hermandades. Así, el día 1º de marzo de 1671 cincuenta y ocho hermanos concurrieron al “convento de señor San Agustín desta ciudad, a la puerta de la capilla de Jesús Nazareno”, donde fueron recibidos por el Hermano Mayor, Pedro Albornoz(7), ante quien se comprometieron “en aquella mejor vía y forma que mejor haya lugar en derecho para honra y gloria de Dios nuestro señor fundar una hermandad para el paso de Nuestra Señora que sale en la procesión de Jesús Nazareno Viernes Santo por la mañana”(8). En la reunión, redactaron los once capítulos de los que constan las reglas, nombraron por hermano mayor de la Dolorosa a Bartolomé Sánchez Raigón y a ocho cabos para las cuadrillas. Además, se obligaron a portar el paso de María Magdalena.

En 1690, el 26 de marzo se reúnen ciento veintiún hermanos devotos de la Dolorosa Nazarena junto con el mayordomo de la cofradía, el Lcdo. D. Pedro de Toro Flores, para normalizar ante escritura pública una “hermandad de cera de nuestra señora que sale en la cofradía y procesión de nuestro Redentor Jesús Nazareno el Viernes Santo de la mañana de cada año” alegando en el texto notarial “no haber escritura ni forma donde sean obligados a sacar las hachas en forma de hermandad en dicha procesión ni por donde se les obligue a pagar el renuevo ni haber otro instrumento más que la devoción que les asiste queriendo para mayor estabilidad y firmeza de dicha hermandad darle forma por el tenor de la presente”(9), y para ello se obligaron a sacar cada año cien hachas de cera para alumbrar el paso de la Virgen y, además, acordaron ciertos derechos que habrían de tener los hermanos y descendientes que integrasen dicha hermandad, siendo admitidos por el mayordomo.

Según relata el historiador local Francisco de Borja Lorenzo, en 13 de mayo de 1694 los componentes de esta hermandad reunidos en cabildo instituyeron los cultos propios a la imagen de la Virgen Dolorosa, coincidiendo con la festividad mariana del Patrocinio de Nuestra Señora, el segundo domingo de noviembre, “con sermón y música”(10).

Todo este insólito fervor nazareno quedará patentado con la construcción de una nueva capilla en el convento agustino, gracias al patrocinio de los marqueses de Priego y Duques de Feria. Para ello, en 1677 hubieron de rebajar la primitiva capilla, de reducidas dimensiones(11), sobre la que será levantada la actual, que se concluye e inaugura solemnemente en los primeros días de 1689, en torno a la festividad de la Epifanía del Señor.

Portada del opúsculo impreso que recopila
 los cantos escritos para la inauguración
de la capilla nazarena en 1689. (BNE)
Para tal efeméride, la Casa Ducal y la Cofradía organizaron una fastuosa Octava predicada por los más grandes oradores de la diócesis, cuyos panegíricos fueron impresos, al igual que las coplas escritas ex profeso para tal solemnidad(12).

La traza barroca de la capilla, de planta de cruz latina, fue levantada, diseñada y decorada con ricas yeserías por el maestro hispalense Pedro de Borja (autor asimismo de la iglesia del Sagrario de la catedral de Sevilla), bajo el patrocinio de Francisco Bernabé Fernández de Córdoba –precursor de la obra– hermano del VI Marqués de Priego, Caballero profeso de la Orden de San Juan de Jerusalén (Malta), Maestre de Campo y Capitán General que fue de varias provincias en Italia y España(13).

Una vez terminado el edificio nazareno la cofradía se encargó de ornamentarlo. El retablo mayor fue ejecutado por Cristóbal de Guadix, artista montillano afincado en Sevilla discípulo de Pedro Roldán, que lo talló en aquella ciudad entre 1702 y 1703. Los retablos laterales, dedicados a la Virgen Dolorosa y a San Juan, fueron realizados en nuestra ciudad por Gaspar Lorenzo de los Cobos, el primero de ellos es contratado el 17 de julio de 1707 donde el entallador “se obligó de hacer el retablo que la cofradía de Jesús Nazareno sita en la iglesia del convento del Sr. San Agustín della pretende se haga por el altar de Nuestra Señora de Jesús que está en su capilla en tiempo de once meses que han de correr desde primero de agosto que vendrán deste presente año de la data por el precio de quinientos ducados vellón dándole a dicho retablo ocho varas y media de alto y de ancho seis menos cuarta comenzando desde el suelo en la conformidad que le tiene planteado”(14). Posteriormente, ejecutaría el segundo y los marcos de los lienzos del Apostolado(15), cuyas pinturas fueron adquiridas en Sevilla. El historiador Lucas Jurado indica que la capilla estaba completamente adornada en 1718(16).

Aparte de la protección económica del marquesado de Priego, la cofradía nazarena recibió durante este período (1675-1730) una serie de donaciones testamentarias y herencias, con las que afrontó la decoración de la capilla, la posterior construcción del camarín adosado a ella, el exorno de sus imágenes titulares y, por otra parte, le permitió ampliar sus rentas anuales a través de la concesión de censos y el arrendamiento de las fincas rústicas y urbanas que los devotos habían legado a Jesús Nazareno. Un ámbito –el financiero– que aún está sin estudiar, pero que merece un trabajo independiente, ya que sin los piadosos donativos recibidos por la cofradía no se hubieran materializado proyectos tales como la majestuosa capilla nazarena, que felizmente ha sido restaurada y vuelta al culto en estos últimos años. Acertada iniciativa que ha recuperado el sanctum sanctorum de la religiosidad popular montillana.

* Artículo publicado en la revista local Nuestro Ambiente, marzo de 2017.

NOTAS

(1) Antonio Luis JIMÉNEZ BARRANCO: Establecimiento y Regla de la Cofradía y Hermandad de Jesús Nazareno y Santa Cruz de Jerusalén de Montilla. Montilla, 2008.
(2) Lucas JURADO DE AGUILAR: Manuscrito histórico-genealógico de Montilla [fotocopia de MS]. Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, de Montilla (FBMRL), MS-298, pp. 41-43.
(3) APNM. Escribanía 1ª. Leg. 90, f. 382.
(4) Ibíd.
(5) APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1052, f. 288.
(6) APNM. Escribanía 4ª. Leg. 627, f. 557.
(7) Según relata dicha escritura notarial, Pedro de Albornoz había costeado un nuevo manto y falda a la Virgen Dolorosa.
(8) APSM. Escribanía 1ª. Leg. 93, f. 286.
(9)     APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1058, f. 214.
(10) Francisco de Borja LORENZO MUÑOZ: Historia de la M.N.L. Ciudad de Montilla. Año 1779. MS 54. pp. 97-103. FBMRL.
(11)  JURADO DE AGUILAR, op. cit.
(12) Joseph MARTÍNEZ ESPINOSA DE LOS MONTEROS: Letras de los villancicos, que se han de cantar en la... Octaua que se celebra en esta ciudad de Montilla en la colocación de la... Imagen de Jesús Nazareno, en su nueva capilla, dedicados a los... Señores Don Luis Mauricio Fernández de Córdoba, y Figueroa... y Doña Felicha de la Cerda Córdoba y Aragón... Córdoba, 1689. Biblioteca Nacional de España (BNE). Sig. R/34986/1.
(13)  JURADO DE AGUILAR, op. cit.
(14)  APNM. Escribanía 6ª. Leg. 1075, f. 361.
(15)  LORENZO MUÑOZ. Op. cit.
(16)  JURADO DE AGUILAR., p. 42.


lunes, 13 de marzo de 2017

MARÍA DE LA ENCARNACIÓN, LA «LLENA DE GRACIA»*

La última década del siglo XX resultó ser para la religiosidad popular montillana una verdadera revolución. Nuevas hermandades introdujeron en nuestra ciudad un soplo de aire fresco en el vetusto mundo cofrade local, cuyo espejo fue la sin par ciudad de Sevilla. Para muchos todo era novedoso, porque todo partía de la imaginación de una prole de cofrades deseosos de estrenar una mayoría de edad que les permitiera dar un nuevo significado a la añeja Semana Santa de su tierra natal.

María Stma. de la Encarnación, obra de Antonio Bernal, 1994.

Aquel insólito fervor hizo recalar en Montilla iniciativas que colmaron el ambiente cuaresmal de cultos y actividades que no tenían precedente. Las cofradías, poco a poco, se iban haciendo de un ajuar sacro cuyo punto de partida era la hechura de las que iban a ser en adelante sus imágenes titulares. Y esta hermandad no pudo elegir mejor, apostando por un joven Antonio Bernal que ya despuntaba en Córdoba.

Otro de los grandes aciertos que la bisoña corporación tuvo fue la de escuchar los sabios consejos de sus consiliarios, los sacerdotes Juan Valdés Sancho y Cristóbal Gómez Garrido, cuya pasión cofrade no podían ocultar.

Comenzaba la hermandad su andadura en 1993, aunque será en los años siguientes cuando apuntalen su existencia vital una vez fuese realidad tangible la veneración a sus «amantísimos» titulares, que vendrían a representar el trance evangélico en que Cristo muerto es desclavado y descendido de la Cruz, ante la rota presencia de su madre la Virgen María.

Quien escribe estas líneas, sin saberlo, se iba a convertir en testigo privilegiado de uno de aquellos episodios iniciales que se hallarán impresos en la memoria de los hermanos fundadores. Corrían los días otoñales de 1994 cuando una tarde me acerqué hasta el hogar de Cristóbal Gómez para empaparme de su infinita sabiduría. Aquella casa era muchas cosas además de vivienda familiar: confesionario, consultorio histórico, lugar de encuentro, sede de tertulias cofrades, etc… pero sobre todo era un hospital sacro, con su taller-enfermería, donde aquel virtuoso sacerdote sacaba el artista innato que escondía para restaurar a cuantas obras religiosas arribaban a sus aposentos.

Y como tal, aquel edificio no podía estar mejor situado en el callejero montillano, pues –como es sabido– configura la esquina de dos calles que la ciudad dedicó siglos atrás a santos enfermeros, San Luis de Tolosa y San Juan de Dios. Nada escapa a la providencia divina, porque aquel refugio de iconos religiosos heridos por el paso del tiempo que esperaban pacientes ser sanados por las manos de Cristóbal se iba a convertir en la primera «posada» montillana donde se hospedara la nueva imagen mariana de la hermandad jesuítica, hasta la llegada del día de su bendición.

Como era costumbre aquel sacerdote recibía las visitas en una sala que había a la derecha cuya ventana se abría a la citada calle San Juan de Dios. Allí, nos hallábamos cuando, echada ya la noche, de repente alguien llama a la puerta. El sacerdote se encamina hacia el zaguán. Al punto, una voz grave prorrumpió: –Padre Cristóbal, buenas noches, ya estamos aquí.

Entraron varios hombres que portaban un cuerpo envuelto en sábanas blancas. Él les indicó la sala donde habían de colocarlo, una habitación que estaba a mano izquierda de la entrada, junto a la escalera. Me acerqué para intentar ayudar, pero pronto me percaté de que no era necesario.

Una vez retiradas las telas apareció la bella silueta de una Virgen dolorosa. El rostro de aquellos cofrades lo decía todo, invadía el ambiente de aquella recoleta estancia la emoción contenida de un júbilo interior que atestiguaban sus brillosas pupilas. Para romper el silencio, el hermano mayor agradecía al consiliario su hospitalidad y todos coincidían en la excelencia artística y calidad humana del autor de la obra.

En aquel momento comprendí que había llegado a Montilla una nueva interpretación en la iconografía dolorosa de la Madre de Dios, un soplo de aire fresco que habría de ser el punto de inflexión en el panorama cofrade de la ciudad. María Santísima de la Encarnación, una inspirada creación de sublime expresividad barroca que aquella primera noche atraparía todas las miradas de quienes allí nos citó la providencia, una imagen «llena de gracia» que estaba llamada a cautivar los corazones de muchos cristianos. Desde entonces, el mío es uno de ellos.

* Artículo publicado en la revista Cruz de Guía, marzo 2017.